Innovación educativa: transformación pedagógica e integral antes que tecnológica

Pedro Luis Figueroa

innovar (del lat. innovāre): Mudar o alterar algo, introduciendo novedades (RAE, 2023).
“La innovación educativa es un acto deliberado y planificado de solución de problemas, que apunta a lograr mayor calidad en los aprendizajes de los estudiantes, superando el paradigma tradicional. Implica trascender el conocimiento academicista y pasar del aprendizaje pasivo del estudiante a una concepción donde el aprendizaje es interacción y se construye entre todos” (UNESCO, 2014).

Hablar de innovación en educación implica más que simplemente introducir nuevas tecnologías o métodos de enseñanza. Se trata de un enfoque integral que busca transformar la forma en que concebimos, implementamos y experimentamos el aprendizaje. La innovación educativa implica desafiar las estructuras tradicionales, fomentar la creatividad, y adaptar las prácticas pedagógicas para satisfacer las necesidades cambiantes de los estudiantes en un mundo en constante evolución. Esto implica no solo la incorporación de herramientas tecnológicas, sino también la revisión de métodos de evaluación, la promoción de la inclusión y la equidad, así como la motivación constante para explorar y mejorar las prácticas educativas.
Así, la innovación en educación no solo potencia el proceso de aprendizaje, sino que también contribuye a la formación de individuos preparados para enfrentar los desafíos del siglo XXI, fomentando una mentalidad creativa y la capacidad de adaptarse a un entorno en constante cambio.
“Definiremos la innovación educativa como una fuerza vital, presente en escuelas, educadores, proyectos y políticas, que es capaz de reconocer las limitaciones de la matriz educativa tradicional y alterarla para el beneficio de los derechos de aprendizaje del siglo XXI de nuestros alumnos. Expresado en otros términos, innovar es alterar los elementos de un orden escolar que apagan o limitan el deseo de aprender de los alumnos” (Axel Rivas, 2018).

La innovación como búsqueda constante de mejora
La innovación educativa no consiste simplemente en hacer algo distinto o buscar un cambio por el cambio mismo. Implica una valoración de las transformaciones emprendidas, orientadas a mejorar procesos y resultados en pos de una educación de calidad, inclusiva y transformadora.
Como señalan diversos autores, innovar en educación es alterar aquellos elementos de la matriz escolar tradicional que limitan o apagan el deseo de aprender, afectando el ejercicio del derecho a una educación relevante y significativa. La gran hipótesis es que no se trata de cambios disruptivos externos, sino de aprovechar las fuerzas del propio sistema educativo para reinventarlo desde adentro.
Esto requiere una disposición constante a la indagación y la búsqueda de nuevos caminos, sustentada en evidencias y no solo en modas pasajeras o intuiciones. También demanda conectar la innovación con la justicia social, asumiendo la responsabilidad colectiva de imaginar alternativas superadoras frente a situaciones de exclusión y desigualdad.

¿Qué no es la innovación educativa?
Resulta tan importante tener claro qué implica innovar en educación como distinguir aquello que no constituye una verdadera innovación. Esto permite no confundir cambios superficiales o mejoras aisladas con transformaciones profundas y sistémicas. A continuación se presentan algunas orientaciones:
La mera incorporación de tecnología no es innovación si no se acompaña de un replanteamiento de las metodologías de enseñanza y evaluación. Por ejemplo, utilizar pizarras digitales replicando clases magistrales no promueve mayor protagonismo de los estudiantes.
Capacitar a docentes en el uso instrumental de nuevas herramientas sin generar espacios de apropiación creativa y reflexión pedagógica sobre sus alcances, tampoco constituye una innovación sostenible.
Multiplicar propuestas educativas novedosas sin considerar las condiciones institucionales para su escalabilidad y sostenibilidad en contextos reales, difícilmente genere cambios sistémicos.
Realizar reformas curriculares, modificar la jornada escolar o alterar tiempos o espacios, sin revisar las concepciones sobre la enseñanza y el aprendizaje, no garantiza mejorar la calidad ni la equidad educativa.
Como se observa en estos casos, el gran desafío es avanzar hacia cambios integrales que interpelen los aspectos medulares de los formatos escolares habituales. Caso contrario, se corre el riesgo de volver rápidamente a la gramática escolar predominante, sin modificar los factores que obstaculizan una educación profundamente transformadora.

La tecnología como oportunidad y como desafío
Es innegable que nos encontramos inmersos en una sociedad caracterizada por la hiperconectividad, la velocidad y la innovación tecnológica constante. Las tecnologías digitales abren numerosas puertas para explorar nuevas formas de enseñar y aprender, potenciando entornos educativos más dinámicos, creativos y centrados en el alumno.
Sin embargo, la innovación educativa trasciende la mera incorporación de dispositivos. El desafío es aprovechar responsablemente estas herramientas para enriquecer las experiencias de aprendizaje, sin perder de vista que la tecnología es solo un medio y no un fin en sí mismo. También es clave formar a los docentes en el uso pedagógico de estas tecnologías, para que realmente empoderen a los estudiantes y no refuercen prácticas tradicionales.
La innovación en educación no está intrínsecamente ligada al uso de tecnologías; de hecho, es posible innovar sin depender exclusivamente de avances tecnológicos. La innovación educativa implica una transformación en las prácticas pedagógicas, la estructura del aprendizaje y la mentalidad de enseñanza, y esto puede lograrse mediante diversas estrategias, no exclusivamente a través de la introducción de herramientas digitales.
Innovar en educación, más allá de la tecnología, implica enfocarse en la revisión de métodos tradicionales, la promoción de enfoques más participativos y la adaptación de estrategias pedagógicas para satisfacer las necesidades individuales de los estudiantes. Estrategias como el aprendizaje basado en proyectos, la enseñanza personalizada, la colaboración entre estudiantes y la integración de metodologías activas son ejemplos de innovación sin depender de la tecnología, aunque por supuesto se puede aprovechar para potenciarlos.
En paralelo, es preciso analizar críticamente el impacto de ciertos desarrollos tecnológicos como la inteligencia artificial, reflexionando colectivamente sobre sus alcances y sus límites en los procesos educativos, así como sobre los posibles efectos no deseados de su aplicación irreflexiva.

Escala micro y macro de la innovación
Si bien muchas innovaciones se gestan en el ámbito del aula o la institución, es clave comprender que innovar en educación requiere cambios en múltiples niveles o escalas. Transformaciones profundas y sostenibles en el tiempo dependen de una fuerte voluntad política y de decisiones de política educativa consecuentes.
En ese sentido, es importante generar puentes y una retroalimentación virtuosa entre innovaciones promovidas «desde abajo» por docentes y escuelas, y aquellas impulsadas «desde arriba» desde los ministerios y organismos rectores. Solo así se podrán escalar y expandir experiencias valiosas que surgen en contextos específicos.
Innovar en educación también conlleva revisar críticamente ciertos supuestos arraigados sobre la construcción y transmisión del conocimiento. Tradicionalmente, al docente se le ha asignado el rol de «transmisor» de saberes y al alumno, el de «receptor» pasivo. Invertir esta lógica requiere reposicionar a ambos como productores activos de conocimiento situado y socialmente relevante, en una co-construcción.
Lejos de la imagen del «docente innovador» como genio solitario, la innovación es sobre todo una construcción colectiva, que se nutre del intercambio horizontal de experiencias entre pares. De allí la relevancia de conformar comunidades de aprendizaje y espacios de reflexión conjunta sobre las prácticas educativas.
Asimismo, toda innovación con sentido debe estar fuertemente contextualizada, es decir, situada en las particularidades de cada institución y comunidad educativa. Esto permite que los cambios estén en coherencia con su identidad y responda a sus necesidades, intereses y posibilidades concretas.

Sostener las innovaciones en el tiempo
Uno de los principales desafíos es lograr que las innovaciones educativas se sostengan en el tiempo y no se diluyan al poco tiempo producto de la inercia del sistema. Para ello es clave institucionalizar los cambios, es decir, convertirlos en nuevas rutinas y modos de hacer que pasan a formar parte de la cultura escolar.
También es fundamental sistematizar y documentar rigurosamente las experiencias, construyendo conocimiento a partir de los aciertos pero también de los errores. Ese conocimiento situado puede luego ser puesto en diálogo y enriquecido con los aportes de la investigación educativa.
Para finalizar: “Creo que si no cambiamos cómo enseñamos estamos formando generaciones que tienen distorsionado el sentido mismo de qué significa aprender y para qué sirve estudiar. Y de que eso es muy grave, que hay que modificarlo (…) Es por eso que tenemos que innovar. No porque haya que cambiar por cambiar. Sino porque la educación de hoy tiene que tener sentido para quienes aprenden. Tiene que despertar (o mantener encendidas) las ganas de aprender. Y, claro está, tiene que lograr que ese aprendizaje se produzca” (Melina Furman, 2021).